lunes, 23 de marzo de 2009

PEAG: UN CUENTO DE CALLEJA

La historia está llena de cuentos porque a los hombres siempre nos han gustado los cuentos.

Érase una vez una tierra seca que ya era conocida por los árabes como "La Manxa" (“La Seca”), pero que, sin embargo atesoraba en su subsuelo un enorme mar de agua que se había ido acumulando desde el principio de los tiempos. Los hombres que habitaban estas tierras siempre habían sabido que excavando se encontraba agua suficiente para regar las plantas necesarias para su alimentación.

Por eso lo primero que construyeron en esta tierra fué un pozo, y junto a él un enorme silo para guardar el grano. Y era tan valiosa esta construcción que la amurallaron y fortificaron y ordenaron su vida a su alrededor.


Con el tiempo acabaron llenando la tierra de pozos para sacar agua con canjilones y norias que han sido movidas por borricos durante cientos de años hasta que, recientemente, han sido sustituidos por motores y bombas.


Tanta agua sacaron los hombres del vientre de la tierra que cada vez había que hacer los pozos más y más hondos. Vinieron años de sequía y hasta las cepas, que aguantan lo que les echen, empezaron a secarse, por lo que cada día se hacían mas y más pozos.


Los sabios y los gobernantes decidieron que había que poner coto a tanto pozo y declararon el acuífero sobre-explotado y pusieron multas a los que alumbraban pozos a partir de una fecha y dividieron a las personas en usuarios con derechos, los que llevaban mas tiempo sacando agua, y advenedizos sin derecho a usar el agua, los que hicieron pozos después de la fecha fijada.


Durante muchos años discutieron los que tenian derechos reconocidos con los advenedizos, pero nadie, ni los sabios, ni los gobernantes, ni los que cultivaban la tierra, ni los que sólo querian conservar la naturaleza como estaba al principio de los tiempos, nadie, digo, hizo nada por solucionar el problema.


Como cada vez había que dedicar mas tiempo y dinero a hacer pozos mas y mas profundos todos aceptaron que el agua se terminaría acabando y que ya no había agua suficiente para satisfacer las necesidades de tanta gente. Se pusieron mas guardias y se incrementaron las multas.


Curiosamente por esa tierra seca discurría un río grande que recogía agua de muchos afluentes, y era tanta el agua que llevaba que los países vecinos de “La Tierra Seca”, antes de que el río llegara al mar, la embalsaban en enormes presas para poner en regadío miles de hectáreas que solucionaban el problema de alimentación de los habitantes de esas tierras afortunadas. Y, atravesando “La Tierra Seca”, desde otro río caudaloso, se hizo una gran acequia para regar otro país cercano que tampoco tenía agua. Pero en “La Tierra Seca” los gobernantes y los sabios dijeron que no se podían hacer presas ni acequias para traer agua, que lo mas importante era restablecer el equlibrio ecológico y que no se secaran los humedales y volviera a salir agua por los ojos del gran río. Para conseguir esto se decretó que los habitantes de esta tierra desgraciada tenían que dejar de regar la mitad de las tierras que regaban, y que si no podían seguir viviendo en esa tierra, tendrían que hacer como los patos: emigrar a otras tierras donde hubiera agua.


Todo el mundo aceptó esto: no había agua suficiente y había que abandonar la mitad de los regadíos para que el desastre no fuera total y pudieran seguir viviendo algunas personas en “La Tierra Seca”.


Los sabios y los gobernantes diseñaron un Plan que sobre el papel quedaba muy bonito: el gobierno pondría millones y millones de dineros para que los agricultores dejaran de malgastar el agua en cultivos excedentarios y al cabo de unos años la gran balsa subterranea se volvería a llenar y volvería a correr el agua por los ríos y las lagunas volverían a estar llenas de agua y de patos y garzas. El Plan era perfecto: todo se arreglaba con unos pocos miles de millones de dineros, y el resultado no podría ser mejor: la vuelta al Edén primigenio dónde tan felices habían sido los primeros habitantes de la tierra. Por eso todos, los políticos, los sabios, los que labraban la tierra, los que sólo querian conservar la naturaleza, los comerciantes y los maestros, todos estuvieron de acuerdo en apoyar el Plan: traería riqueza y prosperidad para los hombres y garantizaría la supervivencia de los animales. Todos menos un grupo de agricultores que no entendían de qué vivirían cuando se acabara el dinero que ahora les daba el gobierno por dejar de cultivar la tierra. Pero a éstos nadie les hacía caso porque eran unos metepatas que no eran capaces de ver las ventajas que el Plan traería a la vuelta de unos años.


Pasó el tiempo y, como suele pasar en los proyectos de los hombres, las cosas no salieron exactamente igual que estaban escritas en el Plan. Unos prestamistas codiciosos de un lejano país provocaron una enorme crisis financiera que afectó a todos los paises del mundo, y el montón de dinero que el gobierno había prometido para financiar el Plan se quedó en agua de borrajas, pero ya se había desmantelado el tejido productivo del país de “La Tierra Seca”, muchos de los habitantes de esta tierra ya habían abandonado sus pueblos, y los que quedaban llegaron incluso a olvidar cómo se cultivaban las viñas y los melones y el trigo. “La Tierra Seca” cada día era mas seca y mas pobre y cada día había menos gente viviendo en ella, pero los pocos que quedaron vivían felices comiendo conejos, liebres y perdices.


Moraleja:

Es evidente que es muy díficil conseguir la felicidad para todos, pero, sin embargo, si la mayoría se sacrifica y se resigna a la infelicidad y la pobreza, unos cuantos afortunados podrán ser enormemente felices. Y a los pobres infelices siempre les quedará el consuelo de que, con su sacrificio, están contribuyendo a que unos cuantos disfruten como locos.

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